domingo, 6 de noviembre de 2016

Javier García Vandewalle



Se ha ido uno de los nuestros, de esos que visten la Toga como sagrada prenda para luchar por los derechos ajenos desde la prudencia, templanza, humanidad, honradez profesional y las buenas formas. La abogacía es más que una Demanda o unas conclusiones en una Vista. Son horas de confesionario en el despacho, de elaboración a estudio lento, artículo por artículo, de contrastar doctrinas, de hallar Jurisprudencia y de comprender a ese hombre o mujer que recibes. He tenido la suerte de conocer a mi compañero, el abogado, Javier García Vandewalle, su familia y la mía supieron respetarse desde el cariño y la admiración y en los últimos años de su vida le trate más intensamente. Comenzábamos y terminábamos hablando de Derecho, de relatar anécdotas en los estrados y de consejos procesales que sigo agradeciéndole. Percibía en su mirada su experiencia, en su sonrisa ese tono que todo caso necesita y en la expresión de su cara la vocación que hizo suya con la mejor herencia que su padre le paso como testigo. Con su adiós, la abogacía melillense pierde un estilo de ejercicio y la sociedad a un buen ciudadano. García Vandewalle supo disfrutar de las pequeñas cosas de esta vida, de navegar hasta el Cabo en su barco, de hacer la compra diaria en su coche o de llegar hasta Chiclana para estar con su familia. Pero a Javier no se le concebía solo, a su lado Mari Loli, su mujer, la roca firme de su hogar ante vendavales cotidianos, compañera en el camino y también esa “enfermera” que sanaba con amor sus problemas en las piernas. La última vez que le vi, ya ingresado en el Hospital, seguía necesitando, a su lado, la presencia de Mari Loli pese a su grandeza física y moral. Aquí deja a sus hijos, María Dolores y Javier, que sabrán llenar el hueco en su casa. En la obra del S. XVIII, “Ciencia del Foro”, parece describirse a García Vandewalle…“es necesario que el abogado este dotado de un corazón recto y puro, de constancia y paciencia en sus trabajos, de vigilancia y fidelidad para con sus clientes, de integridad en sus consejos, de generosidad  y franqueza en sus acciones, de pudor y modestia en sus palabras, y de grandeza y elevación de alma en todas sus acciones y modo de pensar”. En la Iglesia del Pueblo pude advertir la fe sólida de Javier, en ella encontró un modo para superar su lento caminar o para hablarte con esperanza de la sanación de su nieto Javier. Este pintor que con sus pies puede acercarnos Toledo en un lienzo y que le sacaba al abuelo la mejor de sus sonrisas. Nos quedamos con lo aportado a la Administración y a la abogacía, con el cariño que a todos brindaba y con su hablar lento pero convincente como su verdad. Esta que hacía inolvidable un almuerzo entre amigos o como nos acompañó en nuestra segunda boda. Luis Abellán y Javier García Vandewalle me han enseñado que detrás de la Toga siempre queda el alma. Con la Venia
Ángel  Gil

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